sábado, 18 de febrero de 2017

Anoche soñé

Anoche soñé que era un hombre.

El sueño en cuestión comenzó de una forma un poco aterradora: miraba mi cuerpo y lo veía mutilado, sólo tenía brazos y piernas. De a poco, al acostumbrarme a la idea, mis movimientos se hicieron menos torpes. Hasta más elegantes, me atrevo a afirmar.

Finalmente comencé a moverme entre los otros humanos como uno más, a juzgar por la forma en que los transeúntes me miraban y me saludaban. Algunos de ellos, al menos.

Seguramente esas bayas tan fragantes de un violáceo sospechoso, que engullí con verdadera avidez, han sido las causantes de aquel extraño sueño.

La experiencia de ser un hombre fue muy vívida: comía, bebía, corría, trabajaba, hacía el amor y me reía por tonterías. Pero también despreciaba, maltrataba, depredaba y hasta mentía del mismo modo en que cualquier hombre lo hace.

Mi primer pensamiento al despertarme fue de incredulidad: ¿cómo es posible que el hombre viva de ese modo? Luego, me tranquilicé al comprender que mis propios hijos y aun el planeta entero sobrevivirán sin su presencia, no importa el daño que causen.

Casi sin darme cuenta, ese feliz pensamiento me impulsó al cielo, moviéndome ágil en mi hogar entre los vientos, sintiéndome dueño de la Creación por el simple hecho de volar con mis propias alas.

Leído en la apertura del programa 314

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